TRUCULENCIAS DE LA VIDA
Iba camino al supermercado, debía comprar cerveza para una inmediata reunión de camaradería. Ya en las inmediaciones, y avanzando a paso veloz, observé que un vehículo rojo frenaba extemporáneamente a varios metros de mí. Les cuento, por un momento me sentí como en una novela de Raymond Chandler. Descendieron dos mujeres: una de alrededor de 50 años; la otra, una joven que, por su ubicación y por obra de mi pésima vista, sólo alcancé a divisar de perfil y con premura. Imaginé, de forma obvia y poco trascendente, que eran madre e hija. No era momento, pues, para ser Philip Marlowe.
Continué mi camino como lo haría cualquier transeúnte a quien no le ocurre nada extraordinario. Ingresé al lugar, encontré los elementos, me harté de impulsar el cochecito y me dispuse a pagar. No tardé más de lo previsto, la puntualidad seguiría siendo una de mis mayores virtudes. Mientras el caballero de la caja me auxiliaba con las bolsas advertí, a pocos pasos, a la señora del auto rojo separando algunos billetes y retornándome la mirada con gesto cordial.
Nada de esto era fuera de lo común, nada hasta que noté la figura de quien era su acompañante. Quedé perplejo: era mi exnovia. Apareció de la nada, distraída, sin mirarme; sonriente, como si la tarde tuviera sentido, como si su ser fuera todo lo contrario a lo que soy yo, como si dentro de la bolsa que llevaba en la mano contuviera toda una historia feliz. La vi, después de tiempo, sin que ella notara mi presencia (al menos eso parecía). La vi, y cualquiera diría que no había cambiado, sin embargo, y por truculencias de la vida, yo tenía la misma seguridad de siempre: ella ya no era ella.
Me marché…
Diego M. Eguiguren, Colección privada, 2012
ISBN: 978-612-46004-5-6
Depósito legal en la BNP: 2012-04551