EL BALCÓN DE LA ESPERA: EL VÉRTICE DEL TIEMPO
Por Melina González Guzmán (México)
La espera es la duda más quieta. Es un redondo andar por los pensamientos. En ella caben todos los lugares, se vuelve a todos los paisajes, se encienden todos los dolores, en estado inerte. La espera es un laberinto de tramposos silencios.
Y cuando el silencio termina, y termina de pronto como había empezado, Eguiguren escribe las poesías que constituirán la primera parte de El balcón de la espera. Es un acontecimiento de tipo torrencial, una especie de explosión. Podemos pensar que nombres y figuras, elogios e invectivas, llegan a sus páginas mediante una fuerza desencadenada en estado de trance, catapultados por un espacio en el cual, por su propia cuenta, habían adquirido ya consistencia y espesor.
Para la segunda parte, impacta e impresiona, en la airosa y robusta apertura de «Apuesta por la poesía», la sensación de un nuevo nacimiento, de un partir otra vez de cero, como si la relación misma entre verdad biográfica y verdad poética, entre experiencia real y experiencia formal, estuviera por inventarse y verificarse ex novo, con un brillo y un temblor juveniles. Es una impresión corroborada, entre otras cosas, por el grado de elaboración abstractiva, de estilización, de objetualización metafórica.
Cuarenta y un poemas avanzan en rodeo con la inconfundible entonación eguigurezca, capaz de conciliar un máximo de precisión y sequedad con un máximo de indeterminación y fluidez; poemas cargados de las fórmulas perentorias de su muy personal manera de escribir, la figuración abstracta, el verso sin personajes y sin acontecimientos, el epigrama no epigramático, la metáfora que crece en sí misma hasta ocultar o, mejor dicho, hasta englobar el término real de referencia.
No obstante, algo ha cambiado de una a otra parte del poemario, incluso de un poema a otro. Ha cambiado el poeta mismo, su relación con la realidad, la cualidad de su conocimiento humano; substancialmente, de su pesimismo; y esta lenta, gradual y orgánica maduración y metamorfosis, se refleja en los infinitos fragmentos especulares de su fantasía formal: «eres el final de mi espera, mi último regreso a casa». Con una poesía clara, limpia y rotunda, Eguiguren deshace el tiempo en la espera.
ACERCA DE MELINA GONZÁLEZ GUZMÁN
Es licenciada en Literatura Dramática por la UNAM. Ha publicado la novela Nana Ñ’u (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011). Becaria en dos ocasiones por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo. Además, ha escrito en periódicos como El Financiero y La Jornada.